Cuando me monté en "La Novena" fui casi instintivamente al sur,
con el sol como única estela, como quien se desliza colina abajo.
Y elegí ir hacia un aeropuerto sin aviones, hacia un paisaje marsiano,
donde las aeronaves del pasado, ahora vuelan con el recuerdo,
y con aquellos que han venido de lejos
con el valor de aterrizar en sus pistas
aunque sea en bici,
aunque sea a pedaleo.
Tempelhof está para los valientes.
Bien al sur, todo derecho.
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