lunes, 30 de septiembre de 2013

Capítulo 2: Tempelhof

Cuando me monté en "La Novena" fui casi instintivamente al sur, 
con el sol como única estela, como quien se desliza colina abajo.
Y elegí ir hacia un aeropuerto sin aviones, hacia un paisaje marsiano,
donde las aeronaves del pasado, ahora vuelan con el recuerdo,
y con aquellos que han venido de lejos
con el valor de aterrizar en sus pistas
aunque sea en bici, 
aunque sea a pedaleo.

Tempelhof está para los valientes. 
Bien al sur, todo derecho.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Capítulo 1: La novena

-Me cuesta separarme de ella, la verdad... Me quedo la funda del sillín como recuerdo, no te importa ¿verdad?

-Ah, no no te preocupes, quédatela.

El italiano con el que había quedado, con un gesto cariñoso, recogió la funda protectora del sillín. Había publicado por Facebook que vendía una bici barata y fui el primero en contestar. Así que después de un breve intercambio de mensajes por internet, estaba por fin delante de esa bici antigua y de aspecto frágil. Hablábamos en inglés, estábamos en un patio interior de un edificio de Prenzlauer Berg.

-Alguna pregunta?

-Sí, ¿cómo funcionan las luces?

-Están ahí, pero no funcionan.

-¿Y las marchas?

-No tiene.

Dubitativo, cogí la bici. y con dificultad me subí a ella. Una aparatosa vara de hierro a la altura de mís testículos atravesaba el chasis. Le miré y deduje que para él esto no era problema por su mayor altura. Cuando por fin la dominé, noté como ese hierro hacía de la bici un portento sorprendentemente firme. Pedaleé un poco y con seguridad hacía círculos en ese patio interior. La ausencia de marchas múltiples se compensaba con una marcha neutra que se hacía dura al inicio pero bien suave en carrera y los frenos...

-Yo que tú no utilizaba el freno del manillar, esta bici frena mejor si pedaleas hacia atrás.

Pedaleé entonces hacia atrás y por poco me caigo. Nunca me había subido a ninguna bici de estas características y mi aparatoso primer freno provocó una sonrisa del joven italiano.

-¡Úsalo suavemente que te caerás!

-Necesito practicar, pero aunque parezca bastante vieja va muy firme.

-Y ya has visto como funcionan los frenos.

-Sí, es una buena bici.

La volví a observar y entonces miré la cadena negra, el óxido en los tubos, los cables de las luces que no iban a ninguna parte, las finas ruedas y el inútil freno de manillar. Pensé que por su aspecto esta bici podría haber sido originaria de la RDA. Esta idea me divertía. También pensé en la cantidad de personas por las que pasó antes de llegar a mis manos. Aposté finalmente por nueve dueños, por eso más tarde la bauticé como "La novena". Miré su aspecto destartalado y, no obstante, me encantaba.

-¿Eran 40 euros no?- Le dije mientras sacaba la cantidad exacta de la mochila para luego darle el dinero.

-Sí, la compré por 60 así que no te hago mal precio ni nada.

Nos quedamos un breve instante en silencio. Ya el pacto estaba realizado y ambos queríamos seguir con nuestra aventura en la ciudad: Yo, con la mía, que empezaba; y él, con la suya, que terminaba.

-Pásatelo bien -Me dijo entonces- y aprovéchala y muévete, estás en un gran lugar. No te centres demasiado en los estudios y sal a beber cerveza. Aprovecha el Erasmus para tener nuevas experiencias, usa la bici, el mejor transporte posible que puedes tener en Berlín. Encantado de conocerte. Disfruta de este año, buena suerte.

Y al despedirnos amistosamente, se giró rápidamente como quien quiere agilizar su despedida, como quien quiere recortar el dramatismo a golpe de fugacidad. Seguí su marcha con la vista, hasta que alcanzó la salida, cuando se volvió en redondo, solo para contemplar su querida bicicleta por última vez.

-Prométeme que la cuidarás- Me dijo.

-Te lo prometo- Le contesté.

Capítulo 0: Mauerfall

El frío de aquella noche de invierno no pudo apaciguar el latir de millones y ardientes corazones. Cada uno con lo que podía golpeaba con toda su esencia contra aquella pared. El minero con su pico, el escultor con su cincel y el albañil con su maza. Todos golpeaban por la libertad. Y quien no podía golpear con instrumentos, lo hacía con palabras, arengas y cantos. Todos golpeaban juntos, bendecidos por esa regla no escrita que dice que, si se insiste, todas las barreras pueden ser derrumbadas.

Entonces un boquete, luego otro, otro y otro. 
Una mano. 
Un saludo. 
Un abrazo entre desconocidos. 
Un abrazo entre hermanos. 

En bandadas, miles de personas cruzaban de un lado a otro, y otras miles cruzaban en dirección opuesta chocándose entre abrazos, brindis y sonrisas. Desconocidos, enemigos hasta hace poco, ahora eran familia y se invitaban a cenar mutuamente a sus casas; o a beber cerveza que los bares regalaban, entendiendo bien que celebrar este acontecimiento no tenía precio. El dinero carecía de valor en ese momento.


Sonaba música.

Fue la noche del 9 de noviembre de 1989 cuando Alemania se convirtió en una, y Berlín, en única.